2013-10-23 Radio Vaticana
REFLEXIONES EN FRONTERA
jesuita Guillermo Ortiz
(RV).- (Con audio) Los devotos de Wojtyla lo celebraron beato por
última vez, porque el próximo 22 de octubre del 2014, Juan Pablo II ya
será celebrado como santo.
El hecho es que en la imagen que tengo de Juan Pablo II, no lo puedo
separar de su báculo, del cayado de pastor, del “pastoral” –como lo
llaman muchos- que Wojtyla sostenía firmemente. Ese bastón plateado,
rematado en la cruz con el madero transversal arqueado por el peso de
Jesús.
Veo siempre y así lo quiero ver al Papa polaco, aferrado a ese cayado,
como a un bastón que no se puede sostener si él mismo bastón no te
sostiene, porque la cruz no es otra que la cruz de Jesús. Y al final es
Jesús el que sostuvo y sostiene la cruz y no al revés, como esas espadas
de la ficción que tienen poder, movimiento y eficacia por sí mismas y
guían a la victoria a quien las empuña. Y es Jesús la espada que derrota
el mal y abre en el propio corazón la fuente inagotable de Vida en el
Amor.
Juan Pablo II blandió la cruz como una espada sobre el mundo, para
romper cadenas y abatir muros, y en el mismo gesto de plantarla como un
árbol, para que de frutos, él se sostenía en ese Jesús crucificado.
Sostenía en alto la cruz que lo sostenía a él.
Tantas veces lo vimos aferrarse directamente a la cruz y no al soporte
largo. Apoyar esa cruz sobre su cabeza o sostenerla como con un beso,
pegada a sus labios.
Hasta que la cruz se blandió sobre él y el mismo crucificado hizo
experimentar a Wojtyla parte del dolor por el sacrificio de amor por el
hombre, desde adentro de su propio cuerpo oprimido dura y dolorosamente
por el Párkinson.
Pero como espada de dos filos la misma cruz de Cristo le abrió la fuente
del gozo del cielo, porque Juan Pablo II sostuvo hasta el final la cruz
que lo sostuvo a él siempre.
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